miércoles, 23 de febrero de 2011

Libro VI de la Eneida. Eneas entra en el infierno.


Hecho esto, se apresura a ejecutar los preceptos de la Sibila. Había cerca de allí una profunda caverna, que abría en las peñas su espantosa boca, defendida por un negro lago y por las tinieblas de los bosques, sobre la cual no podía ave alguna tender impunemente el vuelo: tan fétidos eran los vapores que de su horrible centro se exhalaban, infestando los aires, de donde los Griegos dieron a aquel sitio el nombre de Averno.
Allí llevó Eneas, lo primero, cuatro novillos negros, sobre cuyo testuz derramó la sacerdotisa el vino de las libaciones, y cortándoles las cerdas entre las astas, las arrojó al fuego sagrado, como primeras ofrendas, invocando a voces a Hécate, poderosa en el cielo y en el Erebo.
Otros degüellan las víctimas y recogen en copas la tibia sangre; el mismo Eneas con su espada inmola en honor de la madre de las Euménides y en el de su grande hermana una cordera de negro vellón, y a ti, ¡Oh Proserpina! una vaca estéril.
Enseguida erige los altares para los sacrificios nocturnos que han de hacerse al rey del Estigio y pone en las llamas las entrañas enteras de los novillos, derramando abundante aceite sobre ellas, cuando he aquí que, al despuntar el alba, empezó a mugir la tierra bajo los pies, retemblaron las selvas, y grandes aullidos de perros en las sombras anunciaron la llegada de la diosa. "¡Lejos, lejos de aquí, profanos! exclama la profetisa; salid de este bosque, y tú, Eneas, echa a andar y desenvaina la espada.
Esta es la ocasión de mostrar entereza y valor."
Dicho esto, lánzase por la boca de la cueva, y Eneas la sigue con intrépidos pasos.
¡Oh dioses, que ejercéis el imperio de las almas, calladas sombras, Caos y Flegetón! ¡Oh vastas moradas de la noche y del silencio! séame lícito narrar las cosas que he oído. ¡Consiéntame vuestro numen descubrir los arcanos del abismo y de las tinieblas!
Solos iban en la nocturna obscuridad, cruzando los desiertos y mustios reinos de Dite, cual caminantes en espesa selva a la incierta claridad de la luna, cuando Júpiter cubre de sombra el firmamento y la negra noche roba sus colores a todas las cosas.
En el mismo vestíbulo y en las primeras gargantas del Orco tienen sus guaridas el Dolor y los vengadores Afanes; allí moran también las pálidas Enfermedades, y la triste Vejez, y el Miedo, y el Hambre, mala consejera, y la horrible Pobreza, figuras espantosas de ver, y la Muerte, y su hermano el Sueño, y el Trabajo, los malos Goces del alma. Vense en el fondo del zaguán la mortífera Guerra, los férreos Tálamos de las Euménides y la insensata Discordia, ceñida de sangrientas ínfulas la serpentina cabellera.

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