Aretusa |
| Demanda la nutricia Ceres, tranquila por su nacida recuperada, |
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| cuál la causa de tu huida, por qué seas, Aretusa, un sagrado manantial. |
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| Callaron las ondas, de cuyo alto manantial la diosa levantó |
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| su cabeza y sus verdes cabellos con la mano secando | 575 |
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| del caudal Eleo narró los viejos amores. |
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| «Parte yo de las ninfas que hay en la Acaide», dijo, |
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| «una fui: y no que yo con más celo otra los sotos |
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| repasaba ni ponía con más celo otra las mallas. |
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| Pero aunque de mi hermosura nunca yo fama busqué, | 580 |
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| aunque fuerte era, de hermosa nombre tenía, |
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| y no mi faz a mí, demasiado alabada, me agradaba, |
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| y de la que otras gozar suelen, yo, rústica, de la dote |
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| de mi cuerpo me sonrojaba y un delito el gustar consideraba. |
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| Cansada regresaba, recuerdo, de la estinfálide espesura. | 585 |
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| Hacía calor y la fatiga duplicaba el gran calor. |
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| Encuentro sin un remolino unas aguas, sin un murmullo pasando, |
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| perspicuas hasta su suelo, a través de las que computable, a lo hondo, |
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| cada guijarro era: cuales tú apenas que pasaban creerías. |
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| Canos sauces daban, y nutrido el álamo por su onda, | 590 |
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| espontáneamente nacidas sombras a sus riberas inclinadas. |
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| Me acerqué y primero del pie las plantas mojé, |
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| hasta la corva luego, y no con ello contenta, me desciño |
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| y mis suaves vestiduras impongo a un sauce curvo |
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| y desnuda me sumerjo en las aguas. Las cuales, mientras las hiero y traigo, | 595 |
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| de mil modos deslizándome y mis extendidos brazos lanzo, |
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| no sé qué murmullo sentí en mitad del abismo |
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| y aterrada me puse de pie en la más cercana margen del manantial. |
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| «¿A dónde te apresuras, Aretusa?», el Alfeo desde sus ondas, |
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| «¿A dónde te apresuras?», de nuevo con su ronca boca me había dicho. | 600 |
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| Tal como estaba huyo sin mis vestidos: la otra ribera |
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| los vestidos míos tenía. Tanto más me acosa y arde, |
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| y porque desnuda estaba le parecí más dispuesta para él. |
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| Así yo corría, así a mí el fiero aquel me apremiaba |
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| como huir al azor, su pluma temblorosa, las palomas, | 605 |
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| como suele el azor urgir a las trémulas palomas. |
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| Hasta cerca de Orcómeno y de Psófide y del Cilene |
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| y los menalios senos y el helado Erimanto y la Élide |
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| correr aguanté, y no que yo más veloz él. |
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| Pero tolerar más tiempo las carreras yo, en fuerzas desigual, | 610 |
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| no podía; capaz de soportar era él un largo esfuerzo. |
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| Aun así, también por llanos, por montes cubiertos de árbol, |
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| por rocas incluso y peñas, y por donde camino alguno había, corrí. |
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| El sol estaba a la espalda. Vi preceder, larga, |
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| ante mis pies su sombra si no es que mi temor aquello veía, | 615 |
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| pero con seguridad el sonido de sus pies me aterraba y el ingente |
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| anhélito de su boca soplaba mis cintas del pelo. |
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| Fatigada por el esfuerzo de la huida: «Ayúdame: préndese», digo, |
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| «a la armera, Diana, tuya, a la que muchas veces diste |
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| a llevar tus arcos y metidas en tu aljaba las flechas». | 620 |
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| Conmovida la diosa fue, y de entre las espesas nubes cogiendo una, |
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| de mí encima la echó: lustra a la que por tal calina estaba cubierta |
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| el caudal y en su ignorancia alrededor de la hueca nube busca, |
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| dos veces el lugar en donde la diosa me había tapado sin él saberlo rodea |
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| y dos veces: «Io Aretusa, io Aretusa», me llamó. | 625 |
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| ¿Cuánto ánimo entonces el mío, triste de mí, fue? ¿No el que una cordera puede tener |
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| que a los lobos oye alrededor de los establos altos bramando, |
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| o el de la liebre que en la zarza escondida las hostiles bocas |
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| divisa de los perros y no se atreve a dar a su cuerpo ningún movimiento? |
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| No, aun así, se marchó, y puesto que huellas no divisa | 630 |
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| más lejos ningunas de pie, vigila la nube y su lugar. |
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| Se apodera de los asediados miembros míos un sudor frío |
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| y azules caen gotas de todo mi cuerpo, |
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| y por donde quiera que el pie movía mana un lago, y de mis cabellos |
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| rocío cae y más rápido que ahora los hechos a ti recuento | 635 |
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| en licores me muto. Pero entonces reconoce sus amadas |
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| aguas el caudal, y depuesto el rostro que había tomado de hombre |
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| se torna en sus propias ondas para unirse a mí. |
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| La Delia quebró la tierra, y en ciegas cavernas yo sumergida, |
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| soy transportada a Ortigia, la cual a mí, por el cognomen de la divina | 640 |
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| mía grata, hacia las superiores auras la primera me sacó». |
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