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El escritor galés Ken Follett (Cardiff, 1945) ha escrito veintiséis novelas, de las que ha vendido más de cien millones de ejemplares en todo el mundo. Sólo en España, sus novelas más conocidas, Los pilares de la tierra y Un mundo sin fin, su continuación, han vendido siete millones de ejemplares. Se trata de uno de los escritores que mejor representan el fenómeno internacional del best-seller; incluso su agente literario, Albert Zuckerman, tomó como ejemplo algunas de sus novelas para su libro Cómo escribir un best-seller.
Maestro del best-seller
Sus novelas responden a ese modelo ideal de lo que es la literatura comercial y de consumo: ritmo veloz, ingredientes actuales muy dosificados, mucha intriga y acción, personajes estereotipados, moral políticamente correcta, técnica realista y un estilo eficaz. Además, son novelas prefabricadas para unos lectores que buscan en la ficción una larga historia con un argumento que enganche y sin muchas complicaciones ni estilísticas, ni literarias, ni filosóficas, ni de nada.
Hay un buen trabajo de documentación, pero lo más débil es el tratamiento literario | |||
En el caso de Follett la fórmula le ha dado muy buenos resultados y ha conseguido que cada nueva novela suya se convierte en un fenómeno planetario. Lo mismo ha sucedido con La caída de los gigantes (1), que ha tenido en las pasadas semanas un lanzamiento mundial, con la presencia del autor en todos los medios de comunicación. En España, consciente de su tirón y del influjo en el mercado hispanoamericano, presentó personalmente el libro el pasado 20 de octubre.
Una trilogía sobre el siglo XX
La caída de los dioses es la primera parte de una trilogía, The Century, que abordará los principales acontecimientos históricos del siglo XX. Con palabras de autor, “tras la gran acogida de Los pilares de la tierra y Un Mundo sin Fin, quería crear otra historia que tuviera el mismo encanto para mis lectores. Por eso, decidí escribir sobre el siglo XX y retratar a los europeos y a los americanos que vivieron aquella época tan emocionante y, a la vez, tan violenta de la historia de la humanidad”.
La primera parte, La caída de los gigantes, está dedicada a la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa; la segunda tratará sobre la Segunda Guerra Mundial y la tercera sobre la Guerra Fría. Follet narra los destinos entrelazados de tres generaciones de cinco familias a lo largo del siglo XX.
En determinados momentos la novela cae de lleno en el maniqueísmo y en la reiteración de tópicos | |||
La novela comienza con los Williams, una familia de mineros de Gales que trabaja en unas durísimas condiciones. El padre, David, líder del sindicato local, se enfrenta a los dueños de la mina, insensibles a la vida de los mineros. El propietario de la mina es el conde Fitzherbert, cuya familia protagoniza otro de los hilos conductores de esta narración, que salpica también al destino de los hijos de David, Billy y Ethel. El conde representa la fuerza social de los valores aristocráticos y la defensa de un mundo que no quiere perder sus privilegios, aunque su hermana, Lady Maud, se convierta en una de las apasionadas defensoras del sufragio femenino, otro de los temas de esta novela. Tanto Lady Maud como su hermano se relacionan con los Ulrich, Walter y Robert, una familia de aristócratas alemanes que viven en Londres y que trabajan como espías para el gobierno alemán.
Las otras familias que protagonizan esta saga son los Dewar, miembros de la alta sociedad estadounidense, y los hermanos Lev y Grigori Kostin, rusos, que son un ejemplo de la vida de los exiliados rusos en Estados Unidos (es el caso de Lev) y del alcance de la Revolución en la propia Rusia (Grigori vive de cerca todos los pasos que se dan hasta la instauración de la dictadura comunista).
Una verosímil ambientación
Follett se explaya a gusto sobre las cuestiones políticas que provocan la Primera Guerra Mundial y las larguísimas negociaciones diplomáticas que los diferentes gobiernos implicados ponen en marcha para evitar la contienda. También sobre el proceso de cambio que vive Rusia tras la caída del zar. Y sobre el desarrollo y final de la Guerra, con las negociaciones que llevaron al Tratado de Versalles. Como muchos de los protagonistas de la novela están dedicados directa o indirectamente a la política, todos estos movimientos se describen con una morosidad que frena en ocasiones la acción de la novela.
Follett se ha documentado bien en todo lo que se refiere a las cuestiones históricas, políticas y militares. En este sentido, intenta sintetizar los hechos principales, metiendo a sus protagonistas como actores de algunos de estos importantes sucesos.
Mucha trampa
Pero... estamos ante un best-seller. A todos estos sucesos hay que ponerles reconocibles rostros humanos, aunque esto condicione el desarrollo argumental y, para que todo cuadre, provoque casualidades a veces ridículas y momentos inverosímiles, como el encuentro en un campo de batalla francés en un parón de la contienda durante la fiesta de la Navidad entre dos de los protagonistas, el conde Fitzherbert y Walter von Ulrich, ahora enemigos, o el reencuentro entre Lev y Gus Dewar a propósito de una huelga en una empresa de Buffalo.
Follett lleva a sus personajes de acá para allá con el fin de que los grandes hechos históricos, que son el fondo de la novela, se encarnen en las vidas de estas personas. Hacer esto bien, sin que se note la trampa, no es cuestión fácil. Y se nota la trampa.
Desde el punto de vista literario, la novela transcurre por un camino muy trillado, pero eficaz, como las anteriores obras del autor. Follett se dedica a narrar con pericia, pero sin muchas florituras ni complicaciones (que sus lectores no soportarían). Para avanzar en la narración utiliza la rapidez que proporcionan los diálogos, que le permiten resumir muchos hechos. En este sentido, las conversaciones entre los principales protagonistas pasan sin transición de las cuestiones domésticas y cotidianas a la política internacional. Que nadie busque grandes comentarios, reflexiones, frases, ideas de fondo, sugerencias... La novela avanza con un realismo a ras de suelo, con unas descripciones generalistas y triviales y unas escenas que, como la categoría de los personajes, caen fácilmente en el estereotipo.
No falta la moralina
Pero, insisto -conviene no olvidarlo-, estamos ante un best-seller. Y tan importante es el contexto político y social de los personajes como su vida íntima. Aquí la novela patina hasta límites en ocasiones ridículos, como los que protagoniza el ruso exiliado Lev. En cualquier otra novela, los encuentros amorosos y sexuales entre algunas parejas se detienen cuando el relato de estas intimidades no aporta nada al desarrollo de la trama. Aquí no. Como si se tratase de algo que hay que meter como sea, las escenas eróticas aparecen de vez en cuando, como un ingrediente más, a veces con un lenguaje demasiado explícito.
En este sentido, toda la novela transmite un mensaje moral que también se manifiesta en el tratamiento de los personajes, en la toma de partido por diferentes cuestiones, en la relevancia que da al ingrediente erótico y en la abierta crítica a la religión (por supuesto, Follett saca a relucir casos de abusos sexuales y de pederastia). Esta toma de partido hace que la novela, en determinados momentos, caiga de lleno en el maniqueísmo y en la reiteración de tópicos, además de no esquivar el melodrama, presente especialmente en las historias amorosas que se cruzan en la novela con destinos muy dispares.
Sin brillo literario
Como buen estratega, Follett da a estos ingredientes más polémicos una dosificada misión en el conjunto de la novela, sin que ninguno adquiera un desmedido protagonismo. Lo más débil de la novela es el tratamiento literario de todo lo que cuenta.
Hay, es justo reconocerlo, un buen trabajo de documentación y de disposición de los elementos en la trama con el fin de conseguir una novela ligera que atrape por los hechos que se narran. Sin embargo, nada de lo que se cuenta consigue destacar ni brillar. Tampoco se identifica uno con los personajes, como sí sucede con los grandes escritores, ya que en el caso de Follett no parecen ser buenos termómetros de los vaivenes de la condición humana, sino herramientas que cumplen con su función de facilitar la variedad de la trama y la acción.
No hay, pues, estilo, que es lo que mejor define a un escritor que pretenda explorar nuevos caminos. Por el contrario, en La caída de los gigantes encontramos un homenaje al papel del best-seller en la historia de la literatura.
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