El escritor de best-sellers Ken Follett acaba de publicar en español la continuación de su éxito Los pilares de la tierra. La novela se llama Un mundo sin fin. Ambas se desarrollan durante la Edad Media, aunque, a tenor de sus declaraciones, en una Edad Media peculiar que, en el caso del segundo libro, tiene un marcado sesgo anticristiano. El historiador italiano Franco Cardini recusa en las páginas de Avvenire este manipulado Medievo a través de un artículo traducido al español por Alfa y Omega (10-01-2008).
Fuente: AvvenireFecha: 10 Enero 2008
Cardini parte de unas declaraciones del novelista en la revista italiana Panorama, en la que este afirma que “la peste que hubo de 1347 a 1352 manifestó a todos la verdad: el clero se reveló completamente impotente. El posterior descubrimiento del funcionamiento de la infección bacteriana ha permitido salvar la vida a millones de personas, demostrando que los prejuicios anticientíficos de la religión no tenían ningún fundamento”.
“No hay nada que decir de Follett como autor de thrillers de éxito, pero cuando sus argumentos se cimentan en acontecimientos históricos, especialmente los ligados al Medievo, es necesario decir que los resultados son, desde el punto de vista histórico, decepcionantes”, replica Cardini. “Atendiendo a las declaraciones del autor de Un mundo sin fin, de veras hay que indignarse. Follett parece haber descubierto un Medievo inmóvil y privado de innovaciones. Hace escapar una sonrisa, pero también hace perder la paciencia. Desde hace décadas, la medievalística mundial viene repitiendo –desde Bloch hasta Le Goff y Tabacco, y muchos otros– que, al contrario, la Edad Media, una edad comúnmente definible y larguísima, que ocupa mil años según algunos, estuvo caracterizada por una profunda experimentación en todos los campos, desde la tecnología hasta la politología. Hasta un místico como Bernardo de Claraval fue un enamorado de las máquinas, de los molinos y de los batanes con los que se trabajaba en los monasterios cistercienses”.
Cardini escribe que “si se decide a hablar del Medievo, no es libre de ignorar la auténtica pasión por la búsqueda y la innovación de personajes como Gilberto de Aurillac, Roger Bacon y tantos otros: clérigos, sacerdotes, religiosos y místicos, los cuales no eran soñadores alquimistas ni herejes. Sin embargo, la Iglesia inventada de Follett en su última novela es una banda de aprovechados, ladrones, vividores y violadores. Viene la peste a mitad del siglo XIV y no hacen nada para combatirla, ni para aliviar las penas de la gente. Según Follett, la Universidad, los hospitales, las enormes obras de misericordia son nada. Según él, la responsabilidad del hecho de que la mecánica de las infecciones no fuera conocida antes del siglo XIX se debe a los prejuicios anticientíficos de la religión. Ni siquiera se le pasa por la cabeza que las explicaciones sobre la corrupción del aire o el desequilibrio de los humores del cuerpo fueron, en realidad, la ciencia de su tiempo, la que practicaba toda la sociedad –y toda la Iglesia también, en la medida en que la Iglesia vivía en la sociedad de su tiempo–”.
En último lugar, Cardini refuta algunos de los datos en los que se basa Follett: “No es completamente cierto que [la peste] se llevara consigo a dos tercios de la población europea; (...) las víctimas se fueron distribuyendo en manchas de leopardo, en una geografía difícil de comprender. En muchos casos, los muertos fueron muy superiores a las estimaciones que da el escritor galés; en otros, al contrario, ni siquiera llegó a darse el contagio, como sucedió con la ciudad de Milán, que se vio milagrosamente salvada”. El conflicto ciencia-Iglesia entonces es falso: “Los médicos de ese tiempo estaban absolutamente encuadrados en un saber cohesionado, en el cual convivían teología y filosofía. Las críticas expresadas por el novelista no tienen ninguna credibilidad, y hablan claramente, o de su ignorancia de los hechos, o de su anticatolicismo, o de una antipática mezcla de ambas cosas”, concluye.
www.aceprensa.com
Fuente: AvvenireFecha: 10 Enero 2008
Cardini parte de unas declaraciones del novelista en la revista italiana Panorama, en la que este afirma que “la peste que hubo de 1347 a 1352 manifestó a todos la verdad: el clero se reveló completamente impotente. El posterior descubrimiento del funcionamiento de la infección bacteriana ha permitido salvar la vida a millones de personas, demostrando que los prejuicios anticientíficos de la religión no tenían ningún fundamento”.
“No hay nada que decir de Follett como autor de thrillers de éxito, pero cuando sus argumentos se cimentan en acontecimientos históricos, especialmente los ligados al Medievo, es necesario decir que los resultados son, desde el punto de vista histórico, decepcionantes”, replica Cardini. “Atendiendo a las declaraciones del autor de Un mundo sin fin, de veras hay que indignarse. Follett parece haber descubierto un Medievo inmóvil y privado de innovaciones. Hace escapar una sonrisa, pero también hace perder la paciencia. Desde hace décadas, la medievalística mundial viene repitiendo –desde Bloch hasta Le Goff y Tabacco, y muchos otros– que, al contrario, la Edad Media, una edad comúnmente definible y larguísima, que ocupa mil años según algunos, estuvo caracterizada por una profunda experimentación en todos los campos, desde la tecnología hasta la politología. Hasta un místico como Bernardo de Claraval fue un enamorado de las máquinas, de los molinos y de los batanes con los que se trabajaba en los monasterios cistercienses”.
Cardini escribe que “si se decide a hablar del Medievo, no es libre de ignorar la auténtica pasión por la búsqueda y la innovación de personajes como Gilberto de Aurillac, Roger Bacon y tantos otros: clérigos, sacerdotes, religiosos y místicos, los cuales no eran soñadores alquimistas ni herejes. Sin embargo, la Iglesia inventada de Follett en su última novela es una banda de aprovechados, ladrones, vividores y violadores. Viene la peste a mitad del siglo XIV y no hacen nada para combatirla, ni para aliviar las penas de la gente. Según Follett, la Universidad, los hospitales, las enormes obras de misericordia son nada. Según él, la responsabilidad del hecho de que la mecánica de las infecciones no fuera conocida antes del siglo XIX se debe a los prejuicios anticientíficos de la religión. Ni siquiera se le pasa por la cabeza que las explicaciones sobre la corrupción del aire o el desequilibrio de los humores del cuerpo fueron, en realidad, la ciencia de su tiempo, la que practicaba toda la sociedad –y toda la Iglesia también, en la medida en que la Iglesia vivía en la sociedad de su tiempo–”.
En último lugar, Cardini refuta algunos de los datos en los que se basa Follett: “No es completamente cierto que [la peste] se llevara consigo a dos tercios de la población europea; (...) las víctimas se fueron distribuyendo en manchas de leopardo, en una geografía difícil de comprender. En muchos casos, los muertos fueron muy superiores a las estimaciones que da el escritor galés; en otros, al contrario, ni siquiera llegó a darse el contagio, como sucedió con la ciudad de Milán, que se vio milagrosamente salvada”. El conflicto ciencia-Iglesia entonces es falso: “Los médicos de ese tiempo estaban absolutamente encuadrados en un saber cohesionado, en el cual convivían teología y filosofía. Las críticas expresadas por el novelista no tienen ninguna credibilidad, y hablan claramente, o de su ignorancia de los hechos, o de su anticatolicismo, o de una antipática mezcla de ambas cosas”, concluye.
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